La terraza del café estaba aún cerrada al público antes de la hora del almuerzo. Accedía al taller con la bicicleta Holstein por el callejón el vicario recién llegado al centro histórico desde el barrio venecia. Esta cuarentona que en su día un migrante español adquirió en la República Federal Alemana estaba necesitada de ajustes en el eje pedalier y en el freno delantero de herradura.
Una de las personas que trabajan por la mañana en el mantenimiento del café acudió a interesarse por el estado de esta y otras tres bicicletas clásicas de las décadas de los cincuenta y sesenta que han dormido por el taller. Las diferentes procedencias de éstas (Inglaterra, España, Italia) le inspiraron a contarme la historia de una Wanderer producida a principios de la década de 1910. Bromea y se pregunta cuándo esta bicicleta cumplirá un siglo, dado que procede de un soldado del batallón de infantería ciclista del Imperio Austrohúngaro que participó en la Primera Guerra Mundial y pedaleó buena parte de su vida en el Este de la actual Rumanía, cerca de la frontera con Hungría. La fábrica estaba situada en Ausburgo, Bavaria.
Pasaron setenta y tantos años (1987) hasta que este caballo de hierro cambió de manos, curiosamente sucedió a modo de trueque. El compañero lo relata con nostalgia y ojos brillantes "el socio y yo fuimos a arreglar el techo del hogar de esta anciana viuda que recientemente había cumplido noventa años. Al terminar el trabajo y haber quedado satisfecha, ofreció incluir una de las dos bicicletas Wanderer para rebajar el precio final de la obra, una bicicleta era la suya propia para dama y la otra la de su difunto marido, que fué la elegida para cubrir el 50% de la operación.
El socio se quedó con los lev y yo, que tenía 29 años, con la Wanderer, que llevaba todos y cada uno de los componentes y accesorios de fabricación propia".
Reconoce que lo que más le cautivó de la bicicleta fué su comodidad, agarrarla del manillar por sus puños de madera y el llevar una transmisión de dos marchas integrada en el eje pedalier. "Pasaron los últimas décadas del siglo pasado, la Wanderer y otras bicicletas de importación necesitaban de piezas originales para ser reparadas. Estas resultaban ser demasiado caras para muchos trabajadores, por lo que frecuentemente se recurría al tornero o al préstamo de la maquinaria de precisión específica entre los vecinos".
Nos despedimos estrechándonos las manos manchadas de grasa y con la Holstein cuarentona a falta de unos mejores rodamientos para el eje pedalier y otros pasadores de biela.
Bonita y emotiva historia, casi un cuento de los de chimenea. Gracias por compartirla.
ResponderEliminarHabía pasado más de un mes que no nos veíamos y eso propició en parte que el compañero se interesara en el estado de las clásicas que ya conocía además de preguntar por una antigua GAC que pudo ver estacionada en el taller por tan solo un día...y así se fue abriendo el tema entre grasa y recuerdos...
ResponderEliminarOtro par de vivencias que me impactaron de veras durante aquella tarde:
- El socio que hizo el trabajo del techado en la casa de la señora terminó cruzando a la vecina hungría entre canales y terminó por reencontrarse allí con su familia.
- La sensación de que lo emotivo del pedalearla es su remedio ante la distracción que puede proceder de algunos de los viandantes con los que se cruza.
Un saludo, trasto ;)